Cuando llegaba la época previa al Carnaval en casa de la pequeña Marit los relojes parecían ir más deprisa . Mamá nunca estaba por la tarde. Ella y un séquito, a veces más a veces menos de mujeres se reunían entre telas de colores, hilos y dedales en la trastienda de la mercería Dito, que como otras tantas cerró sus puertas con la llegada de los hipermercados.
El pedal de la máquina de coser de la abuela echaba humo por aquel entonces y a la pequeña Marit le chiflaba estar por el medio de toda aquella farándula probándose zapatos de tacón, jugando con boas aterciopeladas y a fin de cuentas queriendo ser mayor. Mamá y papá no lo hacían mal, nada mal... En domingo de comparsa, sábado y martes de Carnaval Marit y sus hermanos, el inquieto pirata y miss ojos azules, jugaban a a palpar la ficción.
El primer recuerdo de Marit, una niña traviesa, juguetona y amante de la peluca, es el de un numeroso desfile con personajes de tebeo. No recuerda cuánta gente podía formar parte de aquella representación de la Rue del Percebe, pero sí las carcajadas que a su paso por la avenida de la Marina en aquella villa con mar despertaban en la gente. El abombado vestido rojo relleno de miraguano, peluca gris y zapatitos negros es un recuerdo tan vivo que todavía le pica la espuma por aquellas zonas del cuerpo que la ropa interior no cubría. Marit tendría unos 5 o 6 años e ir vestida de la baja y gorda de las hermanas Gilda no era lo que más le gustaba. La peluca picaba y mamá insisitía en que no debía sacársela...¿cómo pretendía que la tomara en serio así vestida de Jaimita?. Su hermano no podía ser otro que Rompetechos...
Y así se sucedieron una serie de Carnavales con impronta. Aquel en el que los hombres, papá incluído, simulaban ser señoritas, más bien señoronas, de barra americana. Las mujeres y los niños saludaban desde un barco marinero de cartón...Y otro por ejemplo en el que dos pequeños Harpo Y Groucho juagaban a esconderse de la gente entre las farolas oscuras de una avenida de álamos.
Y lo divertido que era...
Y así se sucedieron una serie de Carnavales con impronta. Aquel en el que los hombres, papá incluído, simulaban ser señoritas, más bien señoronas, de barra americana. Las mujeres y los niños saludaban desde un barco marinero de cartón...Y otro por ejemplo en el que dos pequeños Harpo Y Groucho juagaban a esconderse de la gente entre las farolas oscuras de una avenida de álamos.
Y lo divertido que era...
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