viernes, 12 de marzo de 2010

AL final de El Camino

Si la memoria no me falla tenía 10 años. Era verano y esperaba ansiosa rondando por el salón de mi casa la hora de ir a la playa. Todavía vivíamos en un piso en el centro de Vilagarcía cuando me asomé a la habitación de mi hermano. Recuerdo perfectamente la posición de los muebles, y las estanterías verdes alineadas a un lado de la pared. Allí estaban los cuentos, los libros, los cómics y alguna que otra grúa y coche de carreras. La vista no me alcanzaba a leer todos los títulos: Los escarabajos vuelan al atardecer, O vello que quería velo trenRue del Percebe, Super López, cuando Hitler robó el conejo rosa, Manolito Gafotas... El Camino...

Allí estaba. No dudé en apoderarme del libro y leer las primeras páginas. Sonó el timbre. ¡Me iba a la playa!. Así que deje el libro sobre mi almohada y esa noche empecé a leerlo. Si cierro los ojos y me concentro consigo sentir las sábanas de rayas verdes, rosas y amarillas sobre mi piel caliente, el olor de la crema para después del sol que mamá se empeñaba en ponerme, los pájaros piando a través del cristal de mi cuarto, el crujir de la llave en el picarporte que indicaba que mi padre había llegado a casa...Entonces es cuando siento esa nostalgia de mi niñez que Delibes consigue cuando vuelves a leer El Camino y ya no eres una niña.

Daniel, el Mochuelo,  el Tiñoso y el Boñiga me sumergieron en sus historias. Y dejándome llevar por mi fantasía ese verano no lo pasé como siempre, entre la costa y la montaña gallega, sino que viajé hasta algún lugar de la meseta castellana. Y aunque es cierto que el escenario en El Camino es muy importante, la vida de pueblo, auténtica y efímera, los sentimientos que destila son universales para cualquier tipo de lector.

 El Camino (1950) es la tercera novela de Miguel Delibes y la consagración definitiva de una manera de escribir: El rincón que guardamos en la memoria para los relatos junto al fuego, la manera oral de contar las historias de los pueblos y las familias, la abuela haciendo pan y el abuelo con carretilla, quien sobrevive bajo un mote y quien llega a convertirse en "Don" y, a fin de cuentas, de cómo la vida avanza. Plagada de colores, olores y sonidos, la panorámica de una sociedad rural a se refleja en cada línea de El Camino sincronizándonos con la nostalgia del pasado y esos recuerdos que todos tenemos de cuando ser niños nos hacía felices e inocentes.

Una historia plagada de imágenes, cimientada por una precisa adjetivación y construída por la maestría de quien es capaz de hacer de la sencillez una virtud con la pluma. Miguel Delibes, fallecido hoy, me mostró mediante su prosa poética el ciclo de la vida y la obligación de enfrentarnos al mundo y salir del pueblo para poder interpretar todo lo que la vida nos ofrece: amistad, amor, lealtad y la certeza de que alguna vez nos tumbaremos en la cama para dormir y todos nuestros recuerdos se tumbaran junto a nosotros para pasar la noche en vela.

Una de esas noches que sólo puede romper el canto del gallo que escuchaba cuando era niña y dormía en casa de mi abuela.

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